Máster de Cultura Científica EHU/UPNA 2023/2024 Ciencia y Artes. Tarea 3.1. Reflexión sobre el arte

 


¿Encajan más las Meninas de Velázquez en el concepto de “arte” que las pinturas negras de Goya? ¿Son más bellas las pinturas de Rubens que un retrato que traspasa el alma de Madrazo? ¿Buscaba el Bosco que sintiéramos lo que ahora sentimos cuando escudriñamos embobados el tríptico del Jardín de las Delicias? Las preguntas que nos habías propuesto en la tarea 3.1 para ahondar en qué es el arte desde un punto de visto estético filosófico me acompañaron en mi última visita al Museo de El Prado, al que suelo volver junto a la galería Thyssen Bornemisza siempre que tengo ocasión y condicionaron, de alguna forma, la forma en la que vi las obras.

La costumbre (o más bien la querencia) hacen que siempre, o casi siempre, haga el mismo recorrido. Me salto ciertas obras, vuelvo a las mismas una y otra vez. Y me vuelvo a asombrar ante la audacia compositiva de Velázquez, ante la profundidad de sus retratos. Vuelvo a ser cómplice de la mirada pícara de la condesa de Vilches y vuelvo a imaginar quién pintó esa copia de la Gioconda que nos revela muchos más detalles que la original del Louvre. Y termino con Fortuny y sus contemporáneos, la mejor de las antesalas para imbuirme en los impresionistas del cambio de siglo con solo cruzar el Paseo del Prado. ¿Es casualidad que parezca una autómata y pase de largo, inevitablemente, por muchas de las salas de la principal pinacoteca de España? No. Porque mi intención en estas visitas recurrentes es buscar el placer, como el que busca la emoción de la caída libre en una montaña rusa o la descarga de adrenalina al ver una película de terror. Busco sentir emoción y, a mis ojos, en mi persona, son esos cuadros y no otros los que me llegan, me fascinan, me hacen quedarme inmóvil, me generan incluso una reacción física cercana, en algunos casos, al “stendhalazo”. 

 



La experiencia estética, el que una manifestación artística provoque sentimientos de cualquier tipo en quien mira es para mí la verdadera dimensión que eleva al arte a esa categoría. Ese tercer vértice necesario en el triángulo es el que, para mí, le da sentido al concepto de arte. ¿Hay arte en una obra en la que el artista ha puesto toda su intención, técnica y emoción si nadie se conmueve o reflexiona ante ella? Probablemente no. Pero si alguien lo ha imaginado, y ha puesto el alma en plasmarlo, ya sea gracias al óleo, a la música, o al trabajo en piedra de la escultura, no me cabe duda de que a los ojos de otra persona cobrará sentido aunque sea generando repulsión o rechazo. Por eso, para mí, hay tantas concepciones de arte como formas de mirar.

De hecho, he nombrado El Prado y el Thyssen, pero no suelo frecuentar tanto el Reina Sofía. Las vanguardias me descolocan. ¿Deja de ser arte un cuadro no figurativo o una instalación? Puede que yo no la entienda o que mi formación sentimental no conecte con la forma de expresión que eligió el artista pero, solo por eso, no me veo legitimada para censurar un cuadro en el que el artista solo ha pintado un lienzo en blanco. ¿Es arte? ¿Quién decide qué lo es?

El debate me recuerda a figuras hoy consideradas como maestros de la pintura como Van Gogh que apenas tuvieron reconocimiento en vida. No fue hasta años después de su muerte cuando se empezaron a considerar como genios. ¿Fueron demasiado rupturistas en su día? ¿Tenía que cambiar todavía el gusto de la sociedad para que sus obras fueran consideradas como ARTE con mayúsculas? En eso pienso a la hora de juzgar las vanguardias. Quizá no ha llegado el momento todavía y estoy sentenciando algo para lo que no estoy preparada. Me pasa lo mismo al ver las obras e instalaciones que cada año llenan la feria Arco.

Y eso me lleva a otra de las cuestiones planteadas: ¿Se disfruta el arte sin formación? Aquí, tengo que responder con un rotundo sí. Yo frecuento los museos, sobre todo las pinacotecas. Disfruto en ellas pero me sigue sorprendiendo la reacción de personas, en principio ajenas a este pasatiempo, cuando entran a una de estas salas y se enfrentan, por primera vez a un cuadro considerado por crítica y público como arte. Quizá no les genere el mismo sentimiento que a ti, quizá no se fijen en la técnica y no se sorprendan con las mismas cosas pero si algo te genera un sentimiento, te altera, te intriga o te hace pensar, es suficiente. Se tenga formación artística o no se conozca el contexto histórico en el que esa obra está realizada o no. El “stendhalazo” está ahí también para esa persona aunque no conozca siquiera de dónde le viene el nombre al síndrome.

 


 Por eso creo que muchas obras están concebidas con un significado único por su creador pero puede que el cómo llegan y son interpretadas nunca será el mismo y, además, variará con el tiempo conforme varían las sociedades. Por ejemplo, en arquitectura una catedral gótica. Esa búsqueda de la luz, de la altura, para representar a Dios y acercarnos a él se despoja de su misticismo en muchos de los ojos contemporáneos que disfrutan de este tipo de arquitectura. Esa dimensión religiosa y mística con la que fue concebido el Jardín de las Delicias, se diluye ahora en la interpretación individual de quien admira la obra. Mucho ha cambiado el mundo desde el siglo XV y quien se enfrenta ahora a la tabla puede que no lo haga desde la moralidad cristiana y el estupor de ver lo que le espera si no se siguen los preceptos de la Iglesia católica, sino admirando simplemente, el atrevimiento, el genio disruptivo del Bosco y esa imaginación desbordante e insólita.

Sé que me dejo varias cuestiones en el tintero pero, realmente, no tengo respuesta ni creo que nadie la tenga para muchos de ellas pero sí tengo clara una: El ser humano necesita arte. No se puede vivir sin arte, en cualquiera de sus expresiones. Tanto, que seguiremos ampliando la lista de las bellas artes y no nos quedaremos solo en siete formas de expresar lo que llevamos dentro.

 

Victoria Salinas, febrero 2024

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