Máster de Cultura Científica EHU/UPNA 2023/2024 Ciencia y Artes. Tarea 1.1. Reflexión entre oír y escuchar.
La tarea consiste en reflexionar entre la diferencia que existe entre los verbos oír y escuchar y explicar si ambos son actos volitivos y cómo percibimos la música. Vamos allá.
Soy mujer de radio. Era el primer electrodoméstico que mi madre encendía por la mañana en casa y así, con esa costumbre heredada, he continuado yo de adulta. Mis días comienzan encendiendo la radio, un acto a través del que podemos ejemplificar con claridad las grandes diferencias (que las hay) entre oír y escuchar. Porque, al igual que quien tiene la televisión encendida para sentirse acompañado, la radio genera un ruido de fondo que es solo ruido para quien solo la oye pero que se convierte en información, entretenimiento y hasta emoción para quien se detiene a escucharla. Las ondas sonoras invaden el espacio cuando la radio está encendida y nuestros aparatos auditivos las registran, inevitablemente siempre que no haya daño físico en ninguno de los órganos implicados. Llegan primero al tímpano y lo hacen vibrar.
Esas vibraciones llegan a tres pequeñas estructuras óseas (martillo, yunque y estribo) que las amplifican y de ahí pasan a la cóclea. Esas vibraciones generan ondas en el líquido que hay en el interior de la cóclea y permiten que las células ciliadas las registren y las conviertan en señales eléctricas que llegan al cerebro. Así es que como percibimos el sonido si no tenemos ningún problema físico pero… ¿escuchamos la radio cuando la oímos? ¿Ese ruido de fondo se convierte en algo inteligible si solo oímos la radio?
Los profesionales del medio y tantos otros que trabajan con el sonido, como los músicos, tienen claro esta diferencia. De hecho, la presentadora radiofónica Pepa Fernández, conductora del programa “No es un día cualquiera” que se emite los fines de semana en RNE, tiene tan clara esa diferencia que gusta de dirigirse a su audiencia como “escuchantes” y no como meros “oyentes”. El que oye es el que tiene la capacidad física de hacerlo, la facultad sensorial de percibir esas ondas gracias a ese viaje por el oído interno que he descrito un poco más arriba pero quien escucha ha puesto de su parte, en una acción voluntaria por reconocer, comprender y asimilar ese mensaje. El sonido llega al tálamo pero si no hay una voluntad de integrarlo, de comprenderlo, no hay escucha.
El Diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (DRAE), establece bien estas diferencias en las definiciones de oír y escuchar. Lo primero es “percibir con el oído los sonidos”. Escuchar, sin embargo, es “prestar atención a lo que se oye”.
En esta atención a lo que se oye, existe un proceso cerebral voluntario que explica por qué no escuchamos todo lo que nuestro oído puede llegar a registrar en un momento dado. Gracias a ese proceso cognitivo, decidimos voluntariamente centrarnos en un sonido y no en otro y discriminar una conversación en un entorno ruidoso o no “atender” al ruido habitual del tráfico en una gran ciudad. Si estamos inmersos en nuestros pensamientos, puede que “bloqueemos” los estímulos auditivos que oímos y dejemos de escucharlos para no perder la concentración.
De hecho, para el artista y compositor John Cage (que revolucionó la escena a mitad del siglo pasado con su composición 4’33’’ en la que se mantiene el silencio), no existía realmente el silencio entendido como falta de sonido sino que el silencio para Cage era la ausencia de toda intención de escuchar (1). Durante la interpretación de su pieza, puede que el instrumento no emitiera sonido alguno pero siempre había sonido ambiente (el que llegaba de la calle, el del público) e incluso en un ambiente privado de cualquier sonido, seguía habiendo cosas que oír y escuchar: los sonidos del propio organismos.
Precisamente por la implicación del cerebro podemos explicar el que a veces escuchemos algo que realmente no hemos oído como en una ilusión auditiva en las que el cerebro “añade” una voz fantasma a una melodía cuando no la hay porque nuestro cerebro la reconoce y la “completa”. Ahí entran en juego también nuestros recuerdos y experiencias con respecto a esa canción. Quien no reconozca la canción, no experimentará nunca esa ilusión auditiva de escuchar la voz fantasma porque no tendrá registrada previamente esa parte de la canción.
Cuando escuchamos música (escuchamos que no oímos), se activa también ese proceso cognitivo más allá de solo estar registrando ondas sonoras y habitualmente trascenderemos la barrera de la audición y la escucha para llegar a la de la emoción. Los sonidos activan también otras zonas del cerebro como las del placer, la de las emociones, el lenguaje y así, con una nota que llega, una melodía, un ritmo, afloran recuerdos y sentimientos. Oímos, escuchamos pero sobre todo “sentimos” la música y todo gracias al proceso que se produce en el cerebro, en la diferencia entre registrar las señales de un nervio sensorial o añadirle la subjetividad a esa sensación auditiva.
(1) Cage, John. 1961. Silence: Lectures and Writings.
Victoria Salinas, febrero 2024
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